Con sus enormes aletas y el lastre de su cinturón, bajaban en apnea hacia el fondo rocoso cubierto de algas de color marrón, donde escudriñaban cada grieta con sus linternas, hasta el punto de meterse dentro de alguna de ellas. Otras veces, permanecían inmóviles, con su fusil preparado, tumbados en el lecho marino durante un considerable espacio de tiempo, hasta que ascendían lenta y pausadamente, antes de salir a la superficie.
Gozaban de una buena capacidad pulmonar y de resistencia a la presión en profundidades de, aproximadamente, una quincena de metros, fruto seguramente de su experiencia y adaptación a este medio subacuático. Una vez arriba, recogían la cuerda amarilla unida a la boya de señalización y comenzaban a avanzar ojeando a su alrededor para, al poco, tomar aire antes de volver a sumergirse en busca de su presa.