LA SOMBRA DEL PATHOS

Las estatuas clásicas, elaboradas a imitación del natural, que generalmente representan en efigie a una figura humana, evocan, a veces, cierta carga simbólica y logran transmitir algunas sensaciones, tales como la serenidad y la fortaleza. Pero, por un mero capricho del acto creativo, estas mismas figuras pueden ofrecer una pantalla sobre la que proyectar ideas o conceptos contrapuestos a ese idealismo helénico y pasar a ser objeto de otro tipo de propuestas alternativas, como la aquí expuesta, cercana a la deconstrucción.

En este caso, la representación se basa en una serie de perturbaciones asociadas a determinadas emociones negativas, que pueden afectar al cuerpo humano llegando a somatizarlo. Muestran el lado oscuro, tenebroso, del padecimiento o dolor.

En el ocaso de la dignidad y del esplendor pasado, surge el deterioro físico que conlleva tanto el envejecimiento como la enfermedad. La Tierra, enfurezida por la soberbia y la falta de consideración hacia el medioambiente, decide castigar a todo lo que tenga apariencia humana, invadiendo sus cuerpos con la aparición de diferentes tipos de erupciones de aspecto fúngico, mineral o vegetal.

La señal, el recuerdo inexorable e incontrovertible del carácter efímero de nuestra trayectoria vital. Más allá del influjo que la sombra del concepto griego phatos (πάθος), en su sentido filosófico y psicológico, puede arrojar sobre estas representaciones humanas. Pero, precisamente, “la aparición del pathos, el dolor, abre la posibilidad de la acción, de lucha contra el padecimiento” (López Fonseca, Antonio).

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